PENÉLOPE
La miro y sé que debo llamarla Penélope. Quienes me conocen y saben en qué ando puede que crean que le pongo ese nombre para hacerla partícipe de un proyecto, Llamadme Odiseo, que me duele entre las manos. No es así. El motivo es otro. De hecho ni siquiera le pongo el nombre en el momento de verla allí, sentada, ensimismada, encarnando sus silencios. La veo mientras paseo en mi deriva mañanera por la playa. Ese día toca Playa de Levante. Sobre las 9:30 AM. La veo y entonces necesito mirarla. La miro y me convierto en una nave espacial orbitando en la gravedad de un planeta al que casi un mes después bautizaré con el nombre de Penélope. ¿Por qué entonces el nombre? Así, de repente, mientras la observo ya convertida en mi mirada noto el susurro de una vieja canción de cuando era un adolescente y paseaba por el mismo mar en otro sitio más al norte. La canción que ahora sigue paseando su son y sus palabras se llama Penélope. Joan Manuel Serrat. Y así, desde la confluencia de una mirada y el eco de una canción surge esta historia. La historia de Penélope. Sentada en un banco de piedra frente al mar en lugar de sentada en otro banco y en una estación de ferrocarril. Ambas, sin embargo, iguales en algo. Serrat lo cuenta de su Penélope. Yo lo intuyo en mi Penélope: “se paró su reloj infantil”.
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